En el camino de ser una persona mejor, hay una trampa. No es posible ser una buena persona sin reconocer que hay un lado oscuro en cada uno de nosotros, que estalla más violentamente mientras mejor persona pensamos que somos. Mientras más trabajamos sobre la idea de bondad es más posible que la parte oscura de nosotros esté acumulando presión; somos buenas personas hasta que alguien nos engaña, nos ofende o debemos enfrentar enfermedades, carencias materiales o cualquier forma de dolor.
Es muy importante darle una oportunidad de luz a nuestras sombras, conocerlas, aceptarlas y entenderlas como reacciones que son parte de nuestro instinto de supervivencia y que pueden ser integradas. La clave de la integración de la sombra está en su reconocimiento y posterior aceptación. Incluso, a pesar de los riesgos que esto puede infringirle a nuestra idea de lo que somos o nuestra personalidad. Sin embargo, el potencial de trabajar con la sombra radica en que en ella está todo lo que hemos rechazado de nuestra personalidad desde que la formamos cuando éramos niños, en nuestra sombra pueden estar nuestros talentos nunca explorados: la creatividad, los deseos de amar, de ser científicos, deportistas o cualquier elemento que nuestras familias o nosotros mismos hayamos descartado como parte de nuestra autoimagen.
Dos sencillas técnicas para empezar a conocer de qué se compone nuestra sombra personal son:
-Ver aquellas cosas que nos hacen reír. Si reímos es porque en el chiste se expresan emociones que no nos permitimos sentir cuando hablamos en serio. A veces también las decimos, pero arreglamos todo con un “Es broma…”
-Ver nuestras reacciones emocionales exageradas. Los: ‘yo nunca’, ‘pero, cómo se te ocurre’, ‘qué te pasa’, ‘cómo pudiste’. O en su contrario: ‘es mi amiga inseparable’, ‘es la mejor persona que conozco’, ‘siempre puedes confiar en él’. Cuando exageramos en una emoción, hay una proyección. Sea que odiemos o admiremos algo o a alguien, nosotros tenemos, en menor o mayor medida, lo mismo que esa persona nos inspiró.
El cambiar nuestra idealización sobre el ser buenas personas hacia ser personas íntegras le da un fresco impulso a nuestro crecimiento espiritual. Nos brinda más comprensión hacia nosotros mismos y hacia los otros. Es similar a decir:
–Soy una persona íntegra. Hay bien y mal en mí. Y a veces, los he experimentado a ambos. Por lo que conscientemente busco instancias sanas de expresar mi sombra y conscientemente tiendo hacia el bien.
Fuente: Artículo de Viviana Garrido Publicado por: Ángeles Torres